lunes, 11 de junio de 2018

Artículo "Si el tiempo es oro entonces… ¿me lo pueden robar?"

 

En el marco de la V Semana de los Horarios y con motivo del estreno mundial en el DOCS del documental Ladrones de teimpo dirigido por Cosima Dannoritzer dedico este artículo a los efectos de monetizar el tiempo y de como acabamos trabajando para las empresas de forma gratuita y sin darno cuenta. El documental se podrá ver el domingo 17 de junio de 2018 a las 16h en los cines CINESA de Sant Cugat en el marco del V Festival Internacional de Cinema Fantàstic i de terror de Sant Cugat

Podéis leer el artículo en catalán en el siguiente enlace
http://elcinefil.cat/2018/06/11/si-el-temps-es-or-llavors-mel-poden-robar/

y en castellano a continuación:

Si el tiempo es oro entonces... ¿te lo pueden robar? El documental Ladrones de tiempo analiza el uso del tiempo
Jordi Ojeda

En mi artículo Terrorisme laboral presentaba una de las enfermedades más preocupantes en Japón: el karoshi o muerte por exceso de trabajo. Las causas de muerte por karoshi pueden ser accidentes cardiovasculares y cerebrovasculares, y también puede provocar enfermedades mentales como ansiedad y depresión que puede favorecer el suicidio. En el DOCSBARCELONA International Documentary Film Festival 2018 la directora alemana Cosima Dannoritzer hacía el estreno mundial del documental Ladrones de tiempo (Time Thieves, 2018), donde entre otros temas muestra los intentos de la administración japonesa para evitar que las personas estén tantas horas en el trabajo o que dediquen las vacaciones a ir a trabajar, unos intentos inducidos inicialmente hace décadas por unos motivos... ¡económicos! Y es que si siempre estás trabajando, entonces no consumes, lo cual puede tener un efecto perjudicial para la economía del país. ¿Qué es más importante, la fidelidad a la empresa (trabajando) o en el país (consumiendo)? Mejor no pensar la respuesta.

El documental hace un recorrido sobre la percepción del tiempo en la sociedad a lo largo de la historia moderna y comienza con el primer cambio importante a mitad del siglo XIX, provocado en gran medida cuando se empezó a viajar a grandes distancias en tren: Dannoritzer nos recuerda los accidentes de tren por choques en tramos de vía única acaecidos en Estados Unidos en 1853, todos ellos provocados por pequeños errores en los relojes de los maquinistas de los ferrocarriles. Cabe recordar que hasta 220 veces había que cambiar el reloj de costa a costa del país, versus los cuatro cambios de hora actuales. La necesidad de saber el horario de cada estación propició la necesidad de sincronizar los relojes y de estar pendientes de la puntualidad... fue el inicio de vivir en un mundo acelerado (recomiendo leer el artículo Vivir en un mundo acelerado lleno de pantallas Viure en un món accelerat ple de pantalles, donde hago referencia al documental Todo se acelera, Tout s’accélère, 2016.

La necesidad impulsó la creación formal de los husos horarios, que se impondrían en 1884 en todo el mundo. Aquel año se celebró en Washington la Conferencia Internacional del Meridiano donde se propusieron los 24 husos horarios que todos conocemos, es decir, las veinticuatro franjas imaginarias creadas a partir del sistema de coordenadas geográficas, siguiendo la estela de los meridianos, y tomando el meridiano de Greenwich como origen, el meridiano cero y la hora cero de referencia.

La segunda revolución industrial a finales del siglo XIX provocó transformaciones en la organización del trabajo debido a la proliferación de industrias provocado por las innovaciones tecnológicas y las nuevas fuentes de energía. La población se traslada del campo a las ciudades, pasando de campesinos a obreros de las fábricas, obreros que cobraban un salario a cambio de horas trabajadas: nace la máquina de fichar. Fichar a finales del siglo XIX era tan rudimentario como imprimir en unas fichas de cartón la hora de entrada y de salida del trabajo, no hay que decir que su sofisticación hasta hoy en día es innegable, ahora que podemos fichar incluso con el móvil.

Al hacer la acción de fichar provoca que se monetice el tiempo: el empresario paga al trabajador por su tiempo, un tiempo que debe dedicar a producir. El poder, el tiempo y el dinero empiezan a converger, y se activa la presión para ser lo más eficientes posibles, es decir, obtener el máximo de producción en el mínimo tiempo de trabajo.

Para resolver este reto, Cosima Dannoritzer destaca en su documental la importancia de la contribución del matrimonio Frank y Lillian Gilbreth. Frank Gilbreth (1868-1924) es uno de los grandes destacados de la historia de la ingeniería industrial, especializado en el ámbito del estudio de movimientos y de la importancia del factor humano en la productividad de las empresas. La productividad es el resultado de la producción dividido por el coste de conseguirlo mientras que el rendimiento es el resultado dividido por el tiempo que tardas en conseguirlo. Si el tiempo me cuesta dinero (el salario del obrero), entonces si logro aumentar el rendimiento de las personas aumento directamente la productividad de la empresa si estoy aumentando el resultado de la producción por el mismo coste (o el mismo tiempo, en este caso).

Gilbreth se especializó en el estudio de los micromovimientos que hacemos cuando realizamos una acción determinada (por ejemplo, cuando montamos una pieza en una línea de fabricación), y aplicó conceptos muy innovadores como la ergonomía del puesto de trabajo, es decir, la ciencia de adaptar el puesto de trabajo a las características físicas y psicológicas del personal que trabaja, teniendo cuidado de su salud evitando la fatiga o los accidentes. Y esto lo hizo conjuntamente con su mujer, Lillian Gilbreth (1878-1972), una psicóloga creadora del concepto de psicosociología industrial. Después de la prematura muerte de su marido, Lillian Gilbreth continuó el trabajo de consultoría de su marido durante décadas, publicando varios libros fundamentales de la organización industrial. Fue la primera mujer miembro de la Sociedad Industrial de Ingenieros sin ser ingeniera, y de hecho se la conoce con el apodo de la Primera Dama de los Estados Unidos de la Ingeniería (hay que decir que también fue asesora de varios presidentes estadounidenses). El matrimonio, que tuvo doce hijos, tiene una sala permanente dedicada a su memoria en el Museo Smithsonian en Washington D. C.

Uno de los hechos más destacados de sus biografías fue que muchas de las técnicas de optimización del tiempo que vendían como consultores a las empresas de todo el país (especialmente, hay que decir, del sector de la automoción) las habían aplicado previamente con sus doce hijos, que a menudo se veían cronometrados con detalle y grabados para optimizar las tareas cotidianas del hogar como comer, lavar, ordenar, bañarse o recoger la fruta del huerto familiar. Si creéis que todo esto da para una película tenéis razón: Trece por docena (Cheaper by the Dozen, 1950) se basó en el libro homónimo de una de las hijas de la pareja, libro que fue todo un éxito en la época y que terminó teniendo su adaptación al cine, también con notable éxito. En la película se muestra también como los Gilbreth fueron los primeros en utilizar una tecnología muy innovadora para la época: el cine (recordemos que estamos a principios de la década de los veinte). Si grabas en una película cómo trabaja una persona te permite muchas cosas:
- Te permite trabajar más fácilmente y con menos coste como mejorar este trabajo para hacerla más eficiente (más rápido).
- Te permite ayudar al personal a reflexionar y aprender sobre el método de trabajo antiguo y el nuevo propuesto.
- Y, lo más importante, te permite el análisis de los micromovimientos (de los brazos, manos, dedo, cuerpo, etc.), y cómo lo hacían? Pues recordad que un segundo de película de cine son veinticuatro fotografías, así que en realidad podían trabajar con una precisión de 1/24 segundos para aumentar el rendimiento de la operación mirando fotograma a fotograma.

En la película de 1950 justamente se ve un ejemplo del uso de la grabación de cine en una situación real que vivió la familia. Cuando uno de los niños pequeños se pone enfermo, el médico propone extirparle las amígdalas. Cuando le explica el médico a los padres como sería la operación la respuesta fue sorprendente: "Ya que hay que hacer una operación, ya puestos operaremos a los doce hijos, además lo haremos en casa, en el comedor, que lo convertiremos en un quirófano , y usted y el personal de enfermería seguirá nuestros consejos en cuanto a los movimientos que debe hacer y además lo grabaremos en vídeo para aprender y divulgar la experiencia". Dicho y hecho, hay que decir que su contribución a los quirófanos fue fundamental en el siglo XX para reducir los tiempos de las operaciones, reduciendo notablemente los peligros para coger una infección, entre otras mejoras alcanzadas.

Entrado el siglo XX se quiso hacer una nueva versión de la primera película, explotando esta vez la vertiente cómica (el padre era interpretado por Steve Martin) y sin mostrar la vertiente de ingeniería que sí aparecía en la versión del año cincuenta. De hecho se hizo una secuela, pero tanto una como la otra las podemos olvidar. Bueno, os dejo los títulos como curiosidad: Doce en casa (Cheaper by the Dozen, 2003) i Doce fuera de casa (Cheaper by the Dozen 2, 2005).

Volviendo al documental Ladrones de tiempo (Time Thieves, 2018), Cosima Dannoritzer nos sacude cuando nos muestra como a partir de la evolución del concepto de monetización del tiempo, la voracidad del capitalismo altera nuestra percepción del tiempo y las empresas lo aprovechan hasta el punto de hacernos trabajar, gratis, en nuestro tiempo libre, robándonos de forma imperceptible nuestro tiempo. La socióloga de La Sorbonne de París, Anne Dujarier, afirma rotundamente en una de las entrevistas del documental: "Para aumentar el beneficio, lo mejor es hacer que la gente trabaje en horas de su tiempo sin tener que pagarle. Las empresas parten de la idea de que el consumidor es mano de obra incontable, motivada y gratuita. Y estudian cómo ponerlo a trabajar. Como reclutarlo, formarlo, dirigirlo y cómo mejorar su productividad. "

Y así es como hemos acabado haciendo el trabajo nosotros mismos: compramos el billete de avión, lo imprimimos, reservamos el hotel, facturamos la maleta... y todo lo hacemos nosotros y gratis. Recuerdo hace años cuando una cadena de cines te cobraba un euro cuando comprabas la entrada por internet por concepto de gastos de gestión, yo siempre me preguntaba: "madre mía, ¿qué genio tienen en esta empresa tomando esta decisión sin sentido?". La misma cadena en la actualidad, si compras la entrada por internet tienes un descuento de cincuenta céntimos sobre el precio en taquilla, y ahora pienso: "madre mía, ¡sí que es barato mi tiempo!".

Y es que no nos damos cuenta de que estamos rodeados de ladrones ... de ladrones de nuestro tiempo.





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